
Mis memorias quieren comenzar en la derrota de mi ser, con todas sus consecuencias. Me confieso ante Dios y ante la Humanidad por mis actos impuros y de concentrada maldad sin limites. Este ha de ser el camino para encontrar mi perdón y lo acepto por completo.
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En aquel tiempo, me vendí al Diablo por hayar un reino para mi solo. Para alcanzarlo, tenía que tomar el cuerpo del Hijo de Dios y sepultarlo para siempre. A sabiendas de su venida al mundo, pensé que si se hacía Hombre padecería y moriría como tal, sin tapujos, y de mi dependería su óbito total para siempre. Maldita serpiente... Después de haber cometido mil pecados condenatorios para toda la eternidad, fracasé... No podía ser de otro modo. Cuando el alma se alinea a la altura del engaño, la mentira y el odio, los pilares que lo sostienen se desvanecen con un simple soplo de aire puro.
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Yo logré hacer de Judas el instrumento perfecto de la traición; hice de Getsemaní la oscura cueva del delito; utilicé a los escribas y fariseos para apresar a Cristo en medio de la noche; quebré de dudas y cobardía el corazón de Pilatos y me encarné en los verdugos para clavar en la Cruz al que Satanás quería ver muerto para siempre... Y así lo hice...
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Tres días saboreé mi triunfo maldito. Cuando oí que Judas se había ahorcado y que mi mano no estuvo allí, sentí en mi cuerpo la misma traición que Cristo había saboreado en el Huerto de los Olivos. Satanás me abandonó sabedor de mi rotundo fracaso. A la mañana del tercer día Cristo resucitó, y la Muerte de la que yo era siervo me llevó consigo a la tumba...
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A partir de entonces comprendí el Amor del Hijo en la entrega de Cruz. Comprendí sus silencios, su obediencia, su camino hacia el Calvario sin oponer ni un gesto de resistencia. Él sabía que su Padre nunca lo abandonaría, porque cuando el abrazo es sincero, los pilares son fuertes e inquebrantables. Y los suyos eran los más fuertes que nunca he visto.
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Mi derrota fue absoluta y quizás la más aplastante de todas cuantas sufrí. Mi amargura no es saberme derrotado, sino haberme enfrentado a Cristo, sin haberle conocido ni escuchado... Mi tormento es haberme creído dios cuando Dios solo hay uno y haber querido destronarlo siendo Rey que gobierna con los valores infranqueables de la Verdad y la Justicia infinita.
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Esta es mi primera memoria, mi primera derrota. De ella quedo confesado ante vosotros.
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